¡Ains, Manolo! Cuánto te echamos de menos. Hemos de reconocer que sentarse sobre un papel en blanco a hacer un artículo de nuestro blog sobre Manuel Muñoz Alcón, conocido popularmente como Manolo Sanlúcar, escuece. Y lo hace porque aún perdura el rasgueo de su guitarra en todos los que le conocimos. Grande entre los grandes y considerado por muchos como el maestro de maestros. En Artes Escénicas Rebollar, siguiendo con el reportaje que publicamos sobre Paco de Lucía, queremos rendir tributo a Manolo Sanlúcar como uno de los tocadores más genuinos de la historia del flamenco.
Manuel Muñoz Alcón nació en Sanlúcar de Barrameda allá por el año 1943. Municipio gaditano bañado por manzanilla, dorado por el sol y siempre guiñándole un ojillo a Doñana desde Bajo de Guía. De condición sumamente humilde, su madre ya le vaticinó que si se dedicaba a la guitarra pasaría «hambre, cansancio y sueño». Sabemos que no se equivocó. Hambre y sueño tras pasarse horas y horas creando piezas magistrales y desarrollando su vocación docente, y cansancio de halagos y de recoger galardones.
Desde muy pequeño se inició en el mundillo de la guitarra. La bendita culpa la tuvo su padre, aficionado al toque, que le buscó a Manolo y a su hermano Isidro un maestro como Javier Molina, de los más importantes de la época. «Afortunadamente, esa fue la decisión que marcaría su vida y la de sus hijos», dijo Sanlúcar en sus memorias. Molina residía en Jerez y hasta allí iba Manolo con su hermano Isidro en bicicleta cada día de clase. Cuarenta kilómetros ida y vuelta. Kilómetro arriba, kilómetro abajo.
Con ocho añitos Manolo ganó su primer premio junto a un joven cantaor sanluqueño. Esto le abrió las puertas de muchos sitios y ya nunca dejaría de tocar. Actuaciones que llegaron a oídos del gran Pepe Pinto, el maestro sevillano. Hasta Sevilla se fue Sanlúcar guitarra en mano. Allí le escucharon el propio Pepe Pinto junto a Pastora Pavón, que nada más escucharle le dijeron que si quería formar parte de su compañía. Como estaba de descanso, le ofrecieron formar parte del espectáculo de Pepe Marchena y ahí que se enroló sin apenas haber cumplido los catorce años y con un sueldo de cincuenta pesetas.
Manolito el de Sanlúcar, le llamaban en la gira junto a Pepe Marchena. Fue el inicio del sobrenombre artístico que le acompañaría hasta su fallecimiento. Le unió un vínculo especial con Pastora Pavón, La Niña de los Peines. Tanto es así que llamó a su guitarra Pastora.
Posteriormente se introdujo en la compañía de Manolo el Malagueño y gracias a esto tuvo un encuentro casual con La Paquera de Jerez. Palabras mayores. Flechazo mayúsculo para alegría del arte jondo. Terminada la gira con el Malagueño, Manolo y la Paquera se unieron como pareja profesional durante cinco o seis años recorriendo España entera hasta que los dos acabaron en el tablao madrileño Las Brujas.
«Manolo solo hay uno y nunca podrá repetirse, pero en Artes Escénicas Rebollar queremos reconocer su trayectoria impecable y, por supuesto, su afán por la docencia. Precisamente porque no solo nos une la guitarra, nos une la formación en el arte flamenco. Una pasión que intentamos transmitir a nuestro alumnado en cada clase»
A inicios de los 70 dio sus primeros recitales en el extranjero obteniendo el primer premio del Festival de Música Folk celebrado en Campione d’Italia (Italia). También obtuvo el Premio Nacional de Guitarra Flamenca, concedido por la Cátedra de Flamencología y Estudios Folklóricos Andaluces, de Jerez de la Frontera. Éxitos que le catapultaron a la fama y llevaron a recorrer mundo.
En 1976 triunfó en el Teatro Real de Madrid tan solo un año después de que lo hiciese su gran rival artístico y a la vez amigo, Paco de Lucía. Precisamente para muchos, juntos se hicieron mejores el uno al otro. Para la historia quedarán las decenas de veces que tocaron juntos, como en la película Sevillanas (1992), de Carlos Saura, con la dirección musical del propio Sanlúcar y que dejó escenas para la posteridad.
Una de las principales cosas que diferenciaban a ambos genios es que Paco no ejerció la docencia y Manolo invirtió gran parte de su tiempo y de su riqueza en acoger a guitarristas en su propia casa para enseñarles. Vicente Amigo pasó ocho años en su casa y el gran Rafael Riqueni también lo tuvo como maestro.
Una casa que bautizó como Caballo negro, en referencia a una rumba muy exitosa que apareció como sencillo de su álbum Sanlúcar. Sin duda, respuesta a la célebre Entre dos aguas de Paco de Lucía. Su trayectoria discográfica es muy prolífica, destacando obras como Candela (1980), Azahares (1981), Fantasía para guitarra y orquesta (1978) o Tauromagia (1988). Su última obra fue La voz del color (2008) con la que anunció que se retiraba de los escenarios.
¿La idea? Concentrar toda su energía en crear La guitarra flamenca, una obra en formato audiovisual, que presentó en 2021 y que es una enciclopedia imprescindible para todos aquellos que amamos el toque. Un par de años antes se presentó el documental Manolo Sanlúcar: el legado, con el que se repasaba su vida y obra.
Casi todos sus reconocimientos los obtuvo en vida. La Medalla al Mérito en las Bellas Artes, la distinción de Hijo Predilecto de la provincia de Cádiz, el Compás del Cante o el Premio Internacional del Flamenco. Incluso fueron muchos los que pidieron la primera Llave de Oro de la Guitarra Flamenca para él, pero que ya nunca más podrá recoger.
«Mi guitarra no es un instrumento, tiene vida propia. Es mi condición y mi espejo, escribiría el artista en sus memorias»
El 27 de agosto de 2022 el mundo del flamenco amaneció gris. Manolo Sanlúcar falleció en Jerez de la Frontera y la guitarra lloró como nunca. Se fue otro genio de una generación irrepetible. Sin embargo, su legado es y será eterno. «Mi guitarra no es un instrumento, tiene vida propia. Es mi condición y mi espejo», escribiría el artista en sus memorias.
En una de sus últimas entrevistas, publicada en Jot Down, el propio Manolo confesó: «Yo soy y me considero artista, pero la parte del trabajador no la perdono. En eso hay que hacerse, sí o sí. De lo que pesa la guitarra, pesa muchísimo más un azadón del diez. Y es una suerte que la naturaleza te haya dado la posibilidad de hacer música, de crearla. Eso lo da Dios, pero lo tiene que mantener tu trabajo y tu voluntad. Y no puedes fallar ni un día».
Manolo solo hay uno y nunca podrá repetirse, pero en Artes Escénicas Rebollar queremos reconocer su trayectoria impecable y, por supuesto, su afán por la docencia. Precisamente porque no solo nos une la guitarra, nos une la formación en el arte flamenco. Una pasión que intentamos transmitir a nuestro alumnado en cada clase. Te seguiremos escuchando, Manolo.